Awicha en la lengua aymara quiere decir “abuela”, pero también se aplica, en sentido cariñoso, a las ancianas de la comunidad.
“Ser mujer, pobre, india y vieja en medio de la ciudad” es, según Mercedes Zerda y Javier Mendoza (ver La Comunidad Awicha en La Paz, Bolivia), equivalente a marginación social. Las awichas están sujetas a una múltiple discriminación y se sienten inútiles en la ciudad.
Las cuatro awichas que fundaron en 1985 la casa autogestionada del Pampahasi, en La Ciudad de El Alto (La Paz, Bolivia) buscaban ese hueco dentro de la ciudad. Querían una casa, tal y como cuenta en “Mi historia de la comunidad awicha de Pampajasi” Elena Apílanez, “en la que vivir y morir juntas”, compartiendo “escenas y momentos de la vida cotidiana”. Se guiaron por sus tradiciones y se organizaron de forma natural como ellas sabían: estableciendo turnos para dirigir la comunidad, en una aceptación de responsabilidades casi ritual. Para el sistema de servicios colectivos así creado se contó desde el principio con las mujeres mayores en una primera propuesta intergeneracional.
Hay que decir que la casa comunal de Pampahasi tuvo un apoyo externo clave, la de la organización Helpage International, así como de la sueca Svalorna. Ellas ayudaron a que del primer grupo embrionario (14) se pasara a 40 habitantes de una gran casa en torno a un patio central.
La estructura socio-territorial y económica de la comunidad aymara es la del tradicional “ayllu”, donde el territorio es propiedad común y los preceptos fundamentales la autogestión y la autodeterminación. Las relaciones humanas, dentro y fuera del ayllu se basa en los principios de reciprocidad (ayni) -como sustento básico de las relaciones humanas y postulado lingüístico por medio del cual emana la preocupación por la persona con la que se interactúa- y de intercambio (mink´a) basado en el servicio comunitario que las personas y familias prestan a favor tanto de otras familias. La filosofía aymara también asume un principio de complementariedad, el que da lugar a la creencia de que ningún se existe por sí mismo sino teniendo un complemento.
Las awichas deciden de forma consensuada, las tareas se reparten equitativamente, se organizan comisiones de trabajo y semanalmente evalúan los resultados. Es la propia comunidad la que decide quién pasa a formar parte de la misma. Los primeros años solo estaba formada por mujeres, posteriormente se incorporando los hombres ancianos (achachilas). Hoy exigen tener más de sesenta años y encontrarse en una situación socioeconómica que no les permita otros apoyos familiares. El usufructo de la habitación asignada a cada persona es vitalicio, y a su muerte no es heredable, sino que pasa de nuevo a la comunidad awicha, quien asigna un nuevo morador.
Las casas comunales incluyen zonas de cría de animales, comedores comunitarios (que sirven también a personas externas a la comunidad) y áreas de trabajo artesanal que sirve a la generación de ingresos propios.
El crecimiento de la comunidad, que hoy supera la centena, pasó por una decisión que Jubilares también comparte: el número de las comunidades no puede ser tan grande como para que la estructura de autogestión se malogre: así en 2005, cuando se rodó el vídeo, ya se habían formado 5 casas dentro de la estructura de Pampahasi. Y años más tarde ya existen seis grupos urbanos y otros siete rurales, relacionados también entre sí en esa red intergrupal que también es clave en nuestro modelo de jubilares.
En este vídeo los miembros de la comunidad awicha de Pampahasi hablan de sus preocupaciones y esperanzas y explican cuál es el objetivo de su organización que, según sus palabras, es facilitar un envejecimiento saludable integral en el marco de la autonomía y respeto a sus tradiciones.
El ejemplo nos parece interesante porque una vez más demuestra la fuerza de la comunidad de personas frente a una sociedad que individualmente las excluye. Porque obervamos que la necesidad de vivir con y como uno elige libremente es universal y profundamente humana. Porque acredita, como en muchos otros casos de cohousing, que la autogestión es posible aún en los casos en que las condiciones son desfavorables.
Los valores que transmiten este pequeño grupo de personas son muchos: se han convertido en referente al respeto al mayor (propio de su propia cultura aymara), en reivindicación de la ancianidad como parte de la vida. Dice María:
“En la radio han dicho: ‘Aunque el cuerpo esté anciano, siempre hay que tener el espíritu joven’. No entiendo eso, ¿acaso es malo tener un espíritu anciano como nuestro cuerpo?”