El riesgo de no hacer nada

piano sobre tiNo es la primera vez que comentando sobre el modelo de Jubilares alguien, de primeras, responde alguna o varias de estas sentencias:

“Será difícil que la gente se anime a cambiar de casa cuando se hace mayor”

“Qué pereza cambiar de vida, conocer gente nueva…”

“¿Y si sale mal? ¿Y si me canso de ver a los mismos?”

“Con lo bien que estoy en mi casa. Me gusta estar aquí, con mis cosas. ¿Por qué iba a cambiar?”

Estas afirmaciones encierran un pensamiento subyacente: “hacer es más peligroso que no hacer“. Gran error. Vivir es un riesgo, y tener previsión exacta de lo que va a ocurrir haciendo (o dejando de hacer) algo es una quimera.

Los riesgos de una vida en un jubilar son reales, no vamos  a negarlo. Tan reales como los que existen al mudarse de casa, al tomar un trabajo, al subirse a un coche, al besar a alguien que nos gusta. Son los riesgos de vivir en sociedad, con sus conflictos de comunicación, los mismos que uno lleva siempre solventando con un marido, un jefe, los amigos… “La amistad profunda implica el riesgo de dejarse conocer y abrirse”, dice Enrique Rojas. En fin, son los riesgos de vivir, vivir es un riesgo en sí.

¿Y si me quedo en casa? Aparentemente no cambia nada. Pero la realidad es que podría, como observamos a menudo, cambiar todo: la casa es la misma, pero esa rotura de cadera ya no permite salir a la calle (hay escaleras), dejamos de ver a los amigos (ellos también se hallan encerrados en esas jaulas de oro), dejamos de realizar las actividades cotidianas porque la casa se ha hecho demasiado grande… ¿Es eso “quedarse igual”?

ampliar zona confort

Ante esto proponemos ampliar el círculo de la “zona de confort” (recordemos el fabuloso vídeo en el que comentábamos esto). Un jubilar permite “seguir viviendo” como uno quiere, porque elimina barreras y añade herramientas de vida. Se pueden mantener nuestras cosas, nuestra gente, nuestra familia, pero además añadir más apoyos, más oportunidades, más autonomía.

Miremos hacia arriba no vaya a ser que nos esté cayendo un piano encima. Miremos hacia abajo, como decíamos hace unos días, no vaya a ser que el nivel del agua esté subiendo. Si nos empeñamos en ignorarlo será demasiado tarde, no quedará otra que construir demasiado apresuradamente otra vida, quizá incluso impuesta por otros…

No es tan arriesgado seguir diseñando la vida como uno decida por sí mismo. A eso simplemente se debería llamar vivir.