Los últimos estudios del profesor de psicología John Cacioppo (presidente de la Association for Psychological Science) sobre el cerebro corroboran lo que ya hemos comentado aquí en otras ocasiones: la soledad mata.
La soledad aumenta un 14% las posibilidades de muerte temprana. Es comparable al efecto de causas como el tabaco. Y es varias veces más mortífera que la obesidad.
Estos datos se presentaron hace diez días, en el seminario sobre “La Ciencia de la Vejez resiliente” como parte de la Reunión Anual de la American Association for the Advancement of Science en Chicago. Cacioppo sostiene que estos efectos adversos de la soledad sobre la morbilidad están relacionados con el sentimiento de soledad, y no necesariamente se producen al “estar solo”. El cerebro humano es “social”, necesitamos establecer conexiones con otras personas. Así pues, la soledad solo se evita estando en relación con personas con las que conectamos: compañeros de trabajo, familiares y amigos. Y no se está menos solo viviendo entre una multitud de extraños. En nuestra sociedad interconectada esto es habitual… y peligroso.
Favorecer las relaciones humanas, las de amistad y afectividad, no solo tienen efectos inmediatos beneficiosos para nuestra salud. Es que además aumentan la resiliencia, esa capacidad del ser humano de sobreponerse a los embates de la vida. Vivir entre amigos, con nuestros seres queridos, sintiéndonos parte de una familia, nos hace más humanos, nos refuerza, nos hace felices y más longevos. ¡No se requiere receta!
Sobre esto, y más, comentaremos mañana 28 de febrero en el “I Congreso de Psicogerontología: la atención centrada en la persona“, en Madrid. Os esperamos.