En una comunidad autogestionada, en un barrio o ciudad amigable, o en un sistema cada vez más demandado de “sociedad de los cuidados”, la línea que separa a cuidador de la persona cuidada se desdibuja. El cuidador requiere de cuidados. En este artículo Carla Martínez pone el foco en las necesidades de esa persona que acompaña hasta la muerte…
Nadie elige la forma en que va a envejecer. Por muchas previsiones que hagamos, por mucho que cuidemos nuestra salud, no sabemos lo que nos depara el futuro. En ocasiones, hay matrimonios, parejas o incluso hermanos entre sí que al llegar a la tercera edad, se ven con la responsabilidad de cuidarse el uno al otro cuando llega el momento en que por edad o por las enfermedades, van perdiendo autonomía y capacidad de hacer las cosas por sí mismo.
Ser persona de la tercera edad y cuidador de alguien en situación de dependencia al mismo tiempo no es una tarea fácil. Hay diversos elementos que pueden complicar esta tarea. En primer lugar, está el hecho de que las capacidades físicas del cuidador pueden no ser las óptimas. La persona que está cumpliendo el rol de cuidador puede tener sus propias enfermedades crónicas, su debilidad, su cansancio físico y emocional, pero al tomar el papel de cuidador, pone su vida al servicio de otra persona que está en mayor situación de necesidad de ayuda y de cuidados. Otra situación delicada en este contexto, es que la persona que cuida suele estar jubilado, con lo que su vida casi al cien por ciento puede ponerse al “servicio” de su familiar en situación de dependencia.
No hay salidas ni paseos que no contemplen el solicitar ayuda de un tercero (o incluso ver la forma de acudir a una residencia para ancianos cercana para contratar un servicio por días o vacacional). Hay una total sincronización entre los horarios de comidas propios y los de la persona a quien se cuida. Los horarios para los medicamentos se vuelven la clave que dicta los ritmos del día para las dos personas. Esta devoción del papel del cuidador es una muestra de amor a toda prueba. Demanda paciencia, exige un cambio de vida y modifica íntimamente la relación entre dos personas.
Es por ello que resulta tan duro para el cuidador cuando la persona a quien dedicaba su tiempo, sus energías y su espacio, fallece. Todo se convierte en un gran panorama en blanco y los horarios que antes permitían contar con una estructura, se convierten en recordatorios de quien ya no está. El proceso de duelo de un cuidador que además es familiar de quien falleció, es muy delicado y lo es aún más cuando este cuidador también pertenece a la tercera edad. Su propio estado de salud se ve fragilizado y sus rutinas cotidianas se vacían de sentido. Un sentido que en ocasiones es difícil de encontrar en cualquier etapa de la vida, sobre todo porque hay personas que al no sentirse “útiles”, sienten que su vida no tiene razón de ser.
Un entorno familiar y de amistades sólido y que permita re-orientar la propia vida dándole nuevas prioridades y otorgándole objetivos diferentes, es esencial para que el cuidador no caiga en un ciclo negativo de soledad, sensación de inutilidad y falta de cuidado hacia sí mismo. También son fundamentales el cuidado médico profesional y dedicado del cuidador que sobrevive a su ser querido, y no está de más una consulta psicológica con un especialista en tanatología que pueda ofrecer los “primeros auxilios” psicológicos que permitan a este cuidador continuar con su vida y empezar su duelo de una forma saludable.
Carla Martínez, 37 años, periodista de formación, ex-profesora, escritora, mamá de tiempo completo, mercadóloga y migrante. Blog: https://migranteconojosdecristal.wordpress.com/